El término apócrifo, en su sentido etimológico, deriva del griego y significa "cosa escondida", siendo utilizado en el mundo antiguo para designar a los libros destinados al uso exclusivo de los iniciados en algún misterio. Entre los primeros cristianos se asoció con escritos cuyo autor era desconocido y que, aunque separados de la ortodoxia, se presentaban como sagrados.
La mayor parte de los apócrifos presentados en esta obra tienen, sobre todo, un carácter evangélico y hablan con la misma autoridad de los evangelios canónicos. Muchos de ellos conservan en su lengua original, fundamentalmente griega, y en varias refundiciones del latín u otras lenguas orientales (coptas, árabes, eslavas, armenias,...).
Estos documentos son un tesoro literario único y constituyen la verdadera conexión entre la literatura hebraica del llamado Antiguo Testamento y la que, en torno a la figura mítica de Jesús, comenzaría a producirse en lengua griega y que llegaría a nosotros con el nombre de Nuevo Testamento.
Junto a las posturas antagónicas que estos textos producen entre los estudiosos en general, no cabe ninguna duda de que los escritos considerados apócrifos reflejan el sentir de aquellas primeras comunidades cristianas acerca de Cristo, de su persona y de su familia. En cuanto al dogma de la Iglesia, se presentan frecuentemente como testigos de verdades que, hoy por hoy, son objeto de fe entre numerosas comunidades cristianas.
El lector en lengua castellana -menos maniatado hoy que en otros tiempos por los preceptos católicos más estrictos- puede gozar de la libertad de conocer directamente unos textos que añaden amplitud y nuevas perspectivas al hecho religioso, y hacerlo como creyente y amante de Dios o como alguien simplemente interesado en adentrarse en el hecho cultural de los distintos puntos de vista con que puede ser estudiada la historia de la religión.